domingo, 20 de mayo de 2007

Todavía queda Pablo Ibar en el corredor de la muerte


Paco Larrañaga podrá cumplir su condena a perpetuidad en España si Filipinas ratifica el acuerdo firmado con nuestro Ministerio de Exteriores. La noticia es magnífica, especialmente porque es español y porque fue condenado a muerte en un proceso lleno de irregularidades en el que los jueces no tuvieron en cuenta, entre otras cuestiones, los testimonios de decenas de testigos que afirmaban que estaba a cientos de kilómetros del lugar donde fueron asesinadas dos hermanas de origen chino.
Pablo Ibar, condenado a muerte en 1994, en Florida, Estados Unidos, es como Paco hijo de un pelotari vasco. Sin embargo, no va a tener la misma suerte; es más, si los recursos que su mujer, Tanya, y su padre, Cándido Ibar , no prosperan -de lo que la fiscalía del estado se encarga con extremo interés- podría ser ejecutado en unos años.
Como le ocurrió a Paco, fue sentenciado tras un juicio plagado de irregularidades y en el que los jueces no admitieron a trámite pruebas que lo hubieran exculpado. Su caso está olvidado, excepto para su familia, para los senadores del PP, PSOE y PNV que lo visitaron en la prisión de Starke y para la Fundación Ramón Rubial. Y, muy modestamente, para mí.
Pablo me confesó hasta la saciedad en el locutorio de este penal de máxima seguridad que era inocente y le creó; tenía pruebas para demostrarlo y su versión estaba llena de matices que en otras condiciones habría sido motivo suficiente para anular la unanimidad del dictamen judicial. La que entonces era su novia -y hoy su mujer (se casaron ya condenado)- estaba con él la noche del crimen; individuos parecidos al de la imagen distorsionada de una cámara de seguridad que empleó el fiscal para condenarlo en Florida hay miles. Nadie se molestó en realizar pruebas de ADN de la camiseta con la que se cubrió el asesino y que la policía encontró cerca del apartamento donde se cometió el triple asesinato. Estas son sólo algunas de las dudas más que razonables que presenta su caso y que, de forma inexplicable, no tuvo en cuenta la justicia norteamericana.
Tanya, Cándido y Miguel, su hermano, sólo piden un nuevo juicio. Los tres han gastado todo lo que tienen, y más, en abogados y recursos. Una ruina que dan por bien empleada si consiguen sacarlo del corredor de la muerte.